Querida Ana,
Recuerdo perfectamente el día que naciste. Recuerdo como a las siete y veinte de la mañana, justo veinte minutos después de la primera, llegó una segunda contracción y lo supe: sabía que venías.
Recuerdo la primera vez que pude tocarte. Después de tantos meses llevándote dentro, por fin podía tocar tu piel, sentir el peso de tu diminuto cuerpo sobre el mío. Por fin em- pezaba tu camino como el ser independiente y maravilloso que eres. Por fin podías ver la luz, sentir el aire, respirar, saborear.
Por fin podías acompañar también a tu padre, que se moría por conocerte. Por fin podía- mos besarte y acariciarte. Por fin, después de esa manera tan heroica de llegar al mundo, podías disfrutar de todas las cosas maravillo- sas que te esperaban.
Y desde ese día, Ana, eres una perfecta criaturita. Eres totalmente mágica e incompa- rable.
¡Bienvenida a la vida!
Te adoramos, Papá y Mamá
Querida Ana,
Cuando tú naciste, a mí no me quedó más remedio que nacer también. Otra vez. Como si con un nacimiento – tan duro, tan traumático – no fuera suficiente.
Y a los veinte días, solamente a los veinte días, tu padre se fue de casa durante un mes.
Y no pude decirle nada porque tenía un buen porqué: su trabajo, su forma de vida, su razón de ser. Pero, ay, el cómo... El cómo nunca se lo voy a perdonar...
Cuando tu padre se fue de casa el dieciséis de septiembre, todo el calor se fue por la puerta con él.
Nuestra casa dejó de ser nuestra casa.
Las comodidades me resultaron incómodas.
Todas las duchas eran duchas frías.
Y ni siquiera cuando volvía – todos los lunes, hecho polvo – merecía la pena.
No quería ni verlo.
Sólo podía llorar.
Quién podría haberle aconsejado que me dejara sola en aquel momento – ¡Quién! –
No se me ocurre ni una sola buena palabra.
Querida Ana,
Conocerte está siendo conocernos.
Conocerte está siendo como ponernos frente a un espejo.
Es aprender cada día algo nuevo. Es reconocer cada día que hay algo de mí que no me gusta; algo de mí que no quiero ser contigo. Algo de mí que quiero cambiar para ser mejor madre.
Y es también todo lo contrario.
Es descubrir fuerzas en mí que desconocía. Es sacar mi lado más paciente y tierno. Es sonreír porque sonríes, llorar porque lloras. Es rendirme ante todos tus encantos.
Es hacer las mismas cosas una y otra vez y que siempre sea diferente. Es desesperarme. Es agotarme. Es alimentarme mejor para que tú te alimentes mejor. Es sentarme a amamantarte es- tando presente con mi cuerpo, sabiendo que lo que soy en ese momento es lo que te entrego. Es respirar pausado y calmarme para que tú te calmes. Es disfrutar cada ducha como un autén- tico placer. Es revisarme cada momento.
Es ser más humilde.
Es ser más consciente. Es ser más animal.
Querida Ana,
La familia no es lo que habíamos pensado.
La familia está siendo la que estamos creando.
La familia son las cosas importantes sobre las que discutimos.
Es una revelación repentina sobre lo relevante y lo secundario.
La familia es lo único por lo que daría mi vida sin pensarlo.
Es enfrentarte a tus malos pensamientos, y apaciguarlos.
Es ceder todo el rato, es amar todo el rato.
La familia es más emocionante que cualquier amor de verano.
La familia es el éxito, y es tener con quien celebrarlo.
La familia es algo arrasador.
Es mi camada.
Es sagrada.
La familia es la única razón por la que merece la pena todo lo demás.
La familia es levantarte cada día sabiéndote afortunado.
Es irse a la cama todas las noches con un regalo.
